miércoles, 28 de abril de 2010

Indigno del cielo y el infierno.




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Como ser humano, soy una especie de antología de contradicciones, de 'gaffes', de errores, pero tengo sentido ético. Eso no quiere decir que yo sea mejor que los otros, sino simplemente que trato de obrar bien, y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir, indigno de las dos cosas. El cielo y el infierno me quedan muy grandes.

Aquí Borges no hace otra cosa que exponer la moral estoica. "La recompensa de una buena acción es haberla hecho" (Séneca). No debemos esperar premios ni castigos, la virtud es un fin en sí mismo. Le gustaba citar a De Quincey: "La causa de los vencedores fue agradable a los dioses, mas la causa de los vencidos, a Catón". "Es el mayor elogio que se ha hecho jamás a una persona. De un lado están todos los dioses; del otro, Catón".

Aunque Borges era conservador, no era católico. "Los católicos prefieren el Papa a la verdad". En el aspecto moral, no entendía la deproporción entre la falta y el castigo: la brevedad de la vida por un lado y la eternidad en el infierno por otro. "No puedo creer en un Dios que regente un establecimiento penitenciario."

Su libro favorito era 'La Divina Comedia', pero en cuanto a su verosimilitud, prefería el más allá de Swedenborg, donde las almas van al cielo o el infierno en virtud de sus inclinaciones, sin saber realmente dónde están.

Como sabe todo el mundo, la mayoría de los cuentos de Borges tratan acerca del 'momento decisivo' donde un personaje sabe si es un valiente o un cobarde. Para Borges, el valor -el valor físico o moral-, es la virtud suprema.

1 comentario:

  1. Hola,

    Es muy interesante cuando Borges aplica esto mismo que dices a la creación literaria. Según él, el escritor también debe ser como un dios, indiferente al universo por él creado:

    “Dios no debe teologizar; el escritor no debe invalidar con razones humanas la momentánea fe que exige de nosotros el arte. (...) El autor que muestra aversión a un personaje parece no acabar de entenderlo, parece confesar que este no es inevitable para él. Desconfiamos de su inteligencia como desconfiaríamos de la inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos. Dios no aborrece a nadie y no quiere a nadie”.

    ¡Ojalá muchos escritores siguieran este consejo!

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